Lluvia, amiga.

Hola, lluvia.

Te dedico esta entrada a modo de agradecimiento, reconocimiento, retribución o un simple “gracias”.

Hoy compartiste conmigo el día y sinceramente, me había olvidado lo hermosa que era tu húmeda presencia.

Sí. Fue magnífico acostarme sobre la paja y los juncos mojados, mientras miraba el cielo repleto de nubes bordo, grises y negras. Mi estómago crujía porque no había comido nada desde que desperté, pero no me importaba, porque vos caías sobre mí, en un rocío casi imperceptible.

Fue magnífico, también, cuando corrí por media ciudad mientras me empapabas de pies a cabeza, unas horas después de atardecer. Solamente te escuchaba a vos, nada alteraba tu voz. Gritabas fuerte y te hacías sentir, nada se escapaba de tus besos. Sonreía, ojala lo hayas visto.

Me cansé de correr y también, fue magnífico. Me acompañaste el resto del camino a mi hogar como si fueras mi mejor amiga, cómplice en toda mi vía.

Juro, sobre lo más sacro de lo sacro, que te extrañé al chocarme con el calor de mi hogar. Quise abrir la puerta otra vez, y acompañarte el resto de la noche, hasta agotarme y caer rendido en el asfalto con barro.

Pero no, no volví. Perdón lluvia amiga, te pido disculpas de corazón.

Ojalá te reconforte saber que te extraño.

Pronto nos vamos a ver de nuevo y espero que me invites a correr.

Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.